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Imagina esta escena:

Es medianoche en la residencia jesuita de un campus universitario. Está oscuro afuera, y todo es tranquilo. La universidad se encuentra en el casco urbano de una metrópolis grande que se duerme a esta hora. Del mismo modo, los seis residentes jesuitas están profundamente dormidos.

La comunidad, al igual que en otras comunidades universitarias jesuitas, cuenta entre ellos con el rector y el vicerrector de la universidad, algunos profesores y otras personas que trabajan en proyectos sociales de la universidad. En una casita al lado duermen una empleada de la comunidad y su hija visitante.

Es una escena familiar, reconocible a cualquier ex-alumno de una universidad jesuita.

De repente, el sonido de puños tocando la puerta rompe el silencio de la medianoche. Siguen gritos, y cinco de los seis jesuitas emergen de la puerta de atrás, aturdidos y vestido con batas de dormir. Hombres armados les ordenan que se acuesten boca abajo en la grama.

Se da la orden. Cada uno recibe un disparo en su cabeza.

Asustado por el ruido, el miembro mayor de la comunidad emerge de la puerta, pero ve la carnicería y regresa adentro. Avanza sólo unos pocos pasos antes de que los soldados lo confronten, le apunten y disparen.

En la casita contigua a la comunidad jesuita, otro soldado vigila a la cocinera de la comunidad y su hija. “No dejen testigos” fue la orden. Él les dispara a las dos.

Así resultó ser que en horas de la madrugada del 16 de noviembre de 1989 en la Universidad Centroamericana (UCA) en la ciudad de San Salvador, soldados salvadoreños entrenados en los EEUU masacraron a este grupo de ocho personas y los agregaron a la lista de más de 75,000 víctimas de una guerra civil que duró más de doce años.

Recordemos los nombres de los seis jesuitas que fueron asesinados, además de la cocinera y su hija.

  1. Ignacio Ellacuría, S.J.
  2. Ignacio Martín-Baro, S.J.
  3. Segundo Montes, S.J.
  4. Amando López, S.J.
  5. Joaquin López y López, S.J.
  6. Juan Ramón Moreno, S.J.
  7. Elba Ramos
  8. Celina Ramos

Al conmemorar hoy el aniversario de este trágico evento, ¿qué lecciones podemos aprender de estos mártires modernos?

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  1. El Evangelio es peligroso: hoy tanto como siempre.

Es una tentación pensar en el martirio como un remanente de otra época. Evocamos imágenes de cristianos ofrecidos a los leones en la antigua Roma o misioneros europeos asesinados por indígenas, preocupados estos últimos tanto por la política como por la fe de los extranjeros.

Sin embargo, los cristianos continúan siendo perseguidos y asesinados por su fe. Los mártires de la UCA muestran una evidencia clara de esto. Su muerte sigue siendo sentida por aquellos que los conocieron.

Un miembro de esta comunidad jesuita de la UCA, Jon Sobrino, viajaba para dar una presentación en una conferencia cuando sus compañeros jesuitas fueron asesinados. Evitó que le dispararan por una coincidencia en sus planes de viaje. Ahora en sus primeros años 80, el P. Sobrino sigue llevando el mensaje de sus compañeros jesuitas y habla en contra de la injusticia.

Además de los mártires de la UCA de El Salvador, tenemos varios otros ejemplos de los peligros de predicar el Evangelio en nuestro mundo de hoy:

  • En septiembre, la Iglesia beatificó el primer mártir nacido en los EEUU, Stanley Rother, quien fue asesinado mientras trabajaba con mayas en un pueblo guatemalteco en 1981.
  • En 2014, el P. Frans van der Lugt, sacerdote jesuita, fue asesinado a tiros por terroristas yihadistas en el jardín de un centro comunitario en Homs, Siria.
  • En marzo de 2016, cuatro hermanas de las Misioneras de la Caridad (la orden religiosa fundada por la Madre Teresa) formaban parte de un grupo de 16 personas asesinadas por soldados del Estado Islámico de Irak y Siria en Aden, Yemen.

Sí, la persecución persiste. Estos ejemplos muestran cómo la misma naturaleza de ser cristiano profeso, en estos casos como religiosos consagrados o curas ordenados, puede ser causa suficiente para el asesinato.

Obviamente, no todos nosotros seremos mártires. Sin embargo, incluso para aquellos que viven más lejos de la violencia de los ejemplos anteriores, ser testigos proféticos del Evangelio puede ser una acción peligrosa. En sociedades cada vez más secularizadas, a menudo es impopular, si no francamente detestado, hablar con fuerte convicción religiosa. No tenemos que buscar más allá de los comentarios en línea de varios artículos religiosos.

Impulsados por nuestra fe, debemos continuar asumiendo la responsabilidad de predicar el Evangelio, sin importar lo peligroso que sea. Es poco probable que nos cueste la vida, pero ¿qué podría costarnos?

Oremos para que, a través del ejemplo de los mártires de la UCA, Dios nos dé el coraje que necesitamos para proclamar con valentía el Evangelio, aunque sea peligroso.

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  1. Nuestra fe debe orientar nuestra vida y trabajo.

Nuestra fe no es algo que practicamos una vez a la semana los domingos por la mañana y luego la guardamos en secreto. Es algo que debería orientar nuestra vida cotidiana, nuestro trabajo, nuestras relaciones, incluso nuestra política.

Los mártires de la UCA son ejemplos inspiradores de la fe integrada en la actividad de la vida cotidiana, incluyendo el funcionamiento mismo de la universidad donde trabajaron.

El objetivo del ataque dirigido por el ejército estatal fue el P. Ignacio Ellacuría, S.J., el rector jesuita de la universidad. Había hablado fuertemente sobre la defensa de los derechos de la mayoría pobre del país y contra la dictadura militar. El gobierno opresivo lo consideraba subversivo y una amenaza para su control. Pero el P. Ellacuría no pudo separar su fe de su trabajo como rector de la universidad. Su fe le exigió hablar en contra de la injusticia, proclamar el Evangelio y hacer que esto fuese central en la misión de la UCA.

El P. Ellacuría lo dice mejor en sus propias palabras, durante el discurso de graduación en la Universidad de Santa Clara en 1982:

“Una universidad cristiana tiene que tener en cuenta la preferencia del evangelio por el pobre…la universidad debe estar presente intelectualmente donde más se necesita: para proveer la ciencia a los que no tienen la ciencia; para proveer habilidades a los trabajadores a aquellos que no tienen habilidades; para ser una voz para aquellos sin voces; para dar apoyo intelectual a aquellos que no poseen las calificaciones académicas para legitimar sus derechos. Hemos intentado hacer esto.”

El P. Ellacuría sabía los riesgos que entrañaba proclamar el Evangelio. Haciendo referencia al Arzobispo Oscar Romero, quien fue asesinado en El Salvador en 1980 mientras celebraba la Misa, el P. Ellacuría reflexiona, “En un mundo donde reina la injusticia, una universidad que lucha por la justicia necesariamente debe ser perseguida.”

Él experimentó la plenitud de esa persecución con su propio martirio.

En vez de encerrar nuestra fe como un “asunto privado,” debemos permitir que nuestra fe informe nuestra vida pública y las decisiones diarias que tomamos. Debemos preguntarnos: “¿Cómo es que lo que hago todos los días nace de mi relación con Dios?”

Oremos para que, inspirados por los mártires de la UCA, podamos poner en el centro de nuestras vidas a Dios y permitir que eso oriente nuestra vida y nuestro trabajo.

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Han pasado casi tres décadas desde su asesinato, pero el legado de los mártires sigue vivo. Inmediatamente después del asesinato, varios jesuitas de otros países se ofrecieron como voluntarios para venir a El Salvador para mantener la UCA en funcionamiento y garantizar que la muerte de los mártires no acabaría el valioso trabajo en la universidad. El día de hoy, la UCA sigue siendo una de las universidades más reconocidas de Centroamérica.

Cada año, miles de personas se reúnen en El Salvador para la vigilia que conmemora la vida y el testimonio de los mártires de la UCA. En los EEUU, la Red Ignaciana de Solidaridad organiza el Encuentro de Familia Ignaciana para la Justicia cada mes de noviembre para unir a las personas para reflexionar sobre cuestiones de justicia y fe, y también abogar por un cambio de política con sus congresistas.

Las balas disparadas por el ejército salvadoreño se robaron la vida de los ocho mártires. Pero su legado sigue vivo. Continuamos su misión cuando predicamos el Evangelio, sabiendo su peligro. Continuamos su misión cuando integramos nuestra fe en nuestra vida y trabajo, poniendo en el centro a Dios.

Al aprender estas lecciones y ponerlas en práctica, seguimos manteniendo a los mártires de la UCA vivos y presentes.

Mártires de la UCA, rueguen por nosotros.